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EN LA SALUD Y LA ENFERMEDAD

En una loma había un castillo estratégicamente ubicado cerca del centro de la ciudad y, a la vez, lejos del bullicio de donde se podía divisar los actos cívicos y tradicionales del lugar; además, este castillo tenía muchos patios y un jardín que había sido ornamentado con árboles que el rey padre de la princesa había sembrado. Había, por ejemplo, un árbol grande de higo que daba frutos todo el año; un arupo que anunciaba la llegada de las vacaciones cuando empezaba a florecer y su hermoso follaje rosado era arrullado por los vientos del verano; un pino enorme, grande, señorial, que daba sombra serena, pacífica y hábitat a muchas clases de pájaros; un árbol de arazá muy tupido con muchas hojas y sus flores caprichosas, exóticas de color blanco, lila y anaranjado; un cedrón grande cuyo aroma invita a refrescar el cuerpo; un cedrón coqueto que, al pasar junto a él, saludaba a los visitantes con su aroma exquisito, dulzón.

 

Cuando la princesa Victory se casó con un soldado que pasó a ser el rey Antonio del castillo, el rey padre ya no acudió más al jardín que fue deteriorándose por la falta de cuidado, pues al nuevo monarca no le interesaba. En el seno de esta nueva unión nacieron dos príncipes que tenían un perrito, cuya gracia era saber bailar y acompañar a los niños en todo momento y lugar del reino. Los días transcurrían con “normalidad”, los príncipes estudiaban, la princesa trabajaba incesantemente en casa con todos los quehaceres, su trabajo profesional que incluía los sábados. El rey trabajaba lejos y cuando regresaba encontraba todo reluciente, los niños lindos, hasta el perro bañado y cepillado. Pero al rey no le interesaba nada, solo quería dormir, comer y exigir a la princesa intimidad a todo momento. Era muy irascible, insultaba a todos, especialmente a su esposa y al príncipe menor, a quien también castigaba con golpes. Al rey nada le parecía bien.

 

La princesa pasaba todo el tiempo cuidando el reino, a los niños, la mascota, su trabajo. Tenía toda la responsabilidad en sus hombros: reuniones del colegio, médicos, vacunas, transporte, tareas, pagos. Por ello, cuando llegaba el rey, solo quería relajarse, sentirse protegida, dormir profundamente ya que había alguien más que cuidara de todos y del reino. Sin embargo, la inseguridad, el miedo, el dolor, la desesperación, la angustia se apoderaban de la princesa. No sabía qué hacer y se la pasaba con miedo, lejos de la presencia del rey Antonio quien, cuando le veía, le criticaba, decía que era fea, que estaba flaca, que se cambie de ropa, que se vaya a peinar. La princesa Víctory se había esmerado en su apariencia: se maquillaba con afán, se peinaba y el atuendo era muchas veces nuevo. Victory lloraba a escondidas, cocinando manjares para el rey, huyendo de él, quien la acosaba para poseerla y manosearla todo el tiempo, sin tomar en cuenta la presencia de los príncipes... hasta que llegaba el domingo y el rey tenía que volverse a ir. Los niños y la princesa tenían pena de que el rey se tuviera que ir a trabajar, sin saber de qué si lo que se vivió fue desagradable. Pensaban “cuándo volverá el rey” con la expectativa de que sería diferente. Una emoción inexplicable los embargaba, ya lo extrañaban, la nostalgia se apoderaba y se iba.

 

Un día, como todos en que tenía que ir a trabajar, la princesa tuvo un severo accidente y el resultado era que tenía que operarse el hombro, la muñeca y la columna cervical. El rey hizo uso del accidente para pedir el pase y venir al reino a “cuidar” a la princesa, mas no a los príncipes que pasaron al cuidado de la reina madre de la princesa.

 

Las tres cirugías se hicieron en diferentes tiempos con meses, incluso años, de recuperación. La última en realizarse fue la de la columna cervical, la más complicada y la que requería más tiempo de inmovilización. Todo salió bien. A la princesa le dieron el alta y fue a su castillo, a su hermosa habitación donde se sentía segura y cerca de sus amados hijos. Con todos los dolores, posicionales, el no poder sostener la cabeza erguida, con el hombro en recuperación y la muñeca limitada todo del lado derecho, la intranquilidad de no poder hacer lo que hacía antes y la desesperación, sus responsabilidades -que también eran del rey- pasaron a la familia de la princesa, especialmente a la reina madre. El rey ”trabajaba” y para estos días ya había aceptado que tenía una amante, diciéndole a la princesa: “sí, tengo otra mujer y qué quiere que haga”. Para la princesa fue como si le hubiesen clavado una estaca en el corazón que dolía mucho más que su convalecencia física.

 

El caos llegaba a su clímax en la pareja cuando, noche tras noche, el rey Antonio entraba a la habitación de la princesa Victory, quien no podía moverse, a violarla con tanta malicia que la princesa sentía que la estaba castigando por algo que ella no entendía. Sin poder contarlo a nadie, la princesa aguardaba con temor cada noche. Una noche sucedió que, en la puerta de la habitación, apareció el príncipe mayor, de catorce años, que no se había acostado siquiera. Aún estaba vestido. Entró preguntando con voz firme: “¿Qué pasa aquí?”. Un silencio largo. La princesa lloraba por la brutalidad, por el dolor físico y del alma. El rey giró su cabeza solamente, ya que su cuerpo reposaba sobre su esposa. Miró al príncipe y se bajó de la cama diciendo “nada” para, posteriormente, salir de la habitación. Esta escena ocurrió noche tras noche.

 

Con el tiempo, la princesa ya no pasaba por ningún ultraje; sin embargo, el príncipe no podía dormir. Iba al colegio y el cansancio lo estaba debilitando, se sentía responsable de cuidar a su madre y si se dormía tenía miedo de que el rey Antonio buscara a la princesa y él tendría, como varias veces, que sacarlo de allí. El príncipe pidió ayuda a su hermano menor diciéndole: “necesito dormir, cuida a nuestra madre”. No le dio ningún detalle... ¿cuidar de qué? ¿hacer qué? ¿llamar a quién? Y se durmió. Esa fue la última vez que el rey Antonio abusó de la princesa. Con la fuerza que solo puede dar el corazón, ella se puso de pie y salió a hacer la denuncia a las autoridades del reino quienes dijeron que el Rey sería degradado a soldado y debería ir al calabozo. Pero la princesa pensó que si no podía trabajar por su discapacidad quién iba dar el dinero para los niños (aunque antes no lo hacía, ahora sabía que lo podía exigir).

 

Por la tarde, el soldado Antonio llegó al castillo. La princesa Victory lo recibió de pie y empezó a reír como hacía años no lo hacía porque se le quitó la venda de los ojos. Desapareció el miedo, pues pudo ver a Antonio tal cual era: delante de ella estaba un gigante, panzón, de cabeza pequeña y calva, patas torcidas, manos enormes; no tenía corazón, estaba vacío. El ahora soldado sudaba abruptamente porque se sorprendió de ver a la princesa convertida en la reina Victory acompañada de guardias que le exigían que recoja su ropa y abandone el castillo.

 

Así fue como el castillo se llenó de alegría, luz, paz. La reina Victory se ejercitó y, poco a poco, recuperó su jardín. Al principio solo sacaba hojitas secas, malas hierbas, hablaba con sus plantas, confidentes muy leales. Luego plantó rosas, arupos, limones, taxo, tomates de árbol, babaco; en fin, al jardín le creció pasto, caminos de pasto y flores donde habitan pájaros, mariposas, abejas y por la noche luciérnagas...

 

La reina Victory siente que el rey padre debe estar muy feliz de ver desde el cielo tan hermoso paisaje terrenal.

 

Victory

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